Este blog desea servir de vehículo de encuentro y de divulgación de los mitos latinoamericanos, para contribuir a que los antiguos personajes y situaciones simbólicas arquetípicas se contacten de nuevo con nuestras conciencias, despertando esa antigua habilidad que tenían nuestros antepasados de leerlas intuitivamente y de servirse de ellas como alimento espiritual. Para contextualizar el tema recomendamos iniciar con las lecturas de Pueblos indígenas en Latinoamérica, Pueblos indígenas en Colombia, Sentir Indígena, Definición de Mito,Consecuencias de olvidar los mitos, Mitos en Latinoamérica, Formas del Mito y Mitos de Creación. En estos últimos se desea hacer un especial énfasis.


Para hacer de este Blog un espacio compartido, agradeceremos los aportes de los lectores, ya sea para transcribir el mito de un país, como para expresar sus opiniones sobre la página o sobre algún mito en particular. En ambos casos pueden utilizar el vínculo de COMENTARIOS que hay al final de cada mito. ¡Ayúdenos a hacer de esta página un Banco de Mitos Latinoamericanos!

En agosto de 2019 ofrecimos unas estadísticas de Las 10 entradas más visitadas en 11 años.




martes, 30 de julio de 2019

Venezuela - Mito Warao - La gente del cielo

Los Warao son un pueblo indígena de Venezuela que habita el delta del Orinoco y parte del sur del estado Monagas, compuesto por más de 36.000 personas. El mito que transcribimos fue tomado de la obra Guerreros, dioses y espíritus de la Mitología de América Central y Sudamérica, del autor Douglas Gifford. 
La tribu de los warao vive dedicada a la caza en el pantanoso delta del Orinoco. Algunos antropólogos creen, sin embargo, que llegaron a donde en la actualidad se asientan, desde el oeste, expulsados quizás de sus tierras de origen por otra tribu más fuerte.
Según sus más antiguas creencias, el hogar original de los warao no estaba en este mundo sino en un lugar por encima del cielo. Allí vivían felices y tranquilos, porque no había animales peligrosos ni gente malvada que turbara su paz. Los jóvenes cazadores pasaban el tiempo cazando hermosos pájaros de vivos colores, con cuyas plumas se hacían ropas y adornos.
.
Un día un cazador llamado Okonorote se alejó mucho de su aldea, en busca de un pájaro particularmente hermoso. Buscaba una flecha que había errado el blanco, cuando encontró un hoyo en la tierra, en el cual al parecer había caído la flecha. Se asomó por el agujero y vio allá abajo el mundo inferior, en el que manadas de jabalíes, ciervos y de otros animales pastaban y recorrían el verde bosque y las llanuras sin que nadie turbara su paz. Pensó que, por el tamaño del agujero, le resultaría fácil pasar por el mismo, e hizo una larga cuerda con madejas de algodón; luego, con la ayuda de unos amigos suyos bajó cuidadosamente.
Los amigos esperaron alrededor del agujero durante varios días, y al fin Okonorote volvió a subir, trepando a duras penas por la cuerda, para narrar un montón de historias acerca de las grandes cantidades de comida y de la vida fácil que allí abajo podían procurarse. No resultó difícil convencer a la gente, y pronto, uno a uno, fueron deslizándose por el agujero, primero los hombres más jóvenes, luego los más viejos de la aldea, y después las mujeres y los niños. Todos, salvo una mujer muy gruesa, que se quedó atascada en el agujero, pues resultó excesivamente estrecho para ella. Era imposible ayudarla desde abajo, y como ya no quedaba nadie más arriba que pudiera sacarla de allí, se vio obligada a quedarse allí, impidiendo toda posibilidad de que pudieran volver a regresar los miembros de la tribu.
Los warao vieron que, tal y como Okonorote les había dicho, aquella tierra de allá abajo tenía abundancia de caza, pero el agua era escasa. Por ello el Gran Espíritu creó el río Esequibo para uso general, y un pequeño lago de agua fresca y dulce, que ordenó que sólo se utilizara para beber, y nunca para bañarse o para lavar.
Durante muchos años se cumplieron escrupulosamente las órdenes del Gran Espíritu, y todo marchó bien para la tribu de los warao. Hasta que un día una familia compuesta por cuatro herma'nos y dos hermanas fue a vivir a orillas del lago. Las hermanas, Korobona y Korobonako, eran chicas hermosas, pero testarudas, muy poco respetuosas para con las tradiciones de sus mayores. Tan pronto como supieron que estaba prohibido bañarse en el lago les apeteció hacer tal cosa por encima de cualquier otra; y así, una mañana muy temprano, entraron chapoteando en sus límpidas aguas. Justo en el centro del lago había una vara que, como bien sabían ellas, era sagrada. La más atrevida de las dos se acercó a sacudirla, provocando una sucesión de círculos que llegaron hasta la orilla. Tan pronto como la tocó se liberó el hechizo que hasta entonces había contenido al espíritu del agua, y éste agarró fuertemente a la joven por una mano y la arrastró al fondo, hasta su morada acuática. La otra muchacha huyó a su casa, y nada dijo, a pesar de que iba completamente mojada.
Tres días y tres noches después Korobona» volvió a su hogar. Tampoco ella contó nada de lo que le sucediera. Las consecuencias, sin embargo, no pudo ocultarlas durante mucho tiempo, pues al cabo de unos meses resultó obvio que esperaba un hijo. Tremendamente enojados sus hermanos quisieron saber quién era el padre; y, al fin, ella confesó que era el mismísimo espíritu del agua.
—¿Qué clase de monstruo nacerá de semejante padre? —le dijeron.
Pero se calmaron cuando nació el niño y resultó ser como cualquier otro nacido de humanos. Se permitió que el niño viviera y se criara con ellos y todo el mundo olvidó el pecado de Korobona.
Korobona, sin embargo, no podía olvidarse de las límpidas aguas del lago, y deseaba ir a ver de nuevo al misterioso espíritu de las aguas. Al fin, y en secreto, fue a visitarlo; y de nuevo quedó preñada. En esta ocasión, sin embargo, sólo la cabeza y el torso de su hijo eran los de un chico; de la cintura para abajo era una pitón, cubierta de escamas jaspeadas. Korobona había dado a ¡uz a su hijo en el bosque, y allí lo escondió, cuidándolo a escondidas y llevándole comida cuando sus hermanos no podían verla.
Pasado el tiempo, sin embargo, los hermanos descubrieron el terrible secreto de la muchacha, y, deslizándose silenciosamente hasta el niño mientras dormía, le dispararon con sus flechas, dejándolo por muerto. Cuando Korobona fue aquella noche a ver a su hijo lo encontró malamente herido; pero con su amor v con sus cuidados consiguió hacerlo revivir, y al poco tiempo había alcanzado un tamaño tremendo.
Otra vez trataron los hermanos de la mujer de destruirlo, pero entonces, sabiendo que era muy grande y los consideraría sus enemigos, se armaron convenientemente. Atacaron a la serpiente con flechas y cuchillos, y aunque Korobona intentó proteger a su monstruoso hijo con su propio cuerpo consiguieron cortarlo en pedazos.
Korobona, muy triste, recogió los restos del niño-serpiente y los cubrió con un montón de hojas frescas. A diario acudía junto a él, y al cabo de varios días y de varias noches su paciencia se vio recompensada. El montón de hojas frescas comenzó entonces a moverse y a susurrar, y de él salió un guerrero indio, muy lentamente. Poseía una figura majestuosa y temible. Llevaba la frente pintada de rojo, e iba armado con arco y con flechas, presto para el combate.
Aquel mítico guerrero fue el primer caribe, padre de una raza poderosa. Su primera tarea consistió en vengar la muerte del niño-serpiente, de cuyo cuerpo seccionado él había nacido, para lo cual persiguió a los hermanos de la mujer y a toda la tribu de los warao a través de los bosques, echándolos a los pantanos. Sus descendientes, sus hijos, tan guerreros y temibles como lo fuera él, continuaron hostigando a los warao, hasta acabar por echarlos hasta la orilla del océano, para no regresar jamás a las hermosas regiones de caza que habían bajado a visitar desde el cielo. 

No hay comentarios: