La civilización Maya habitó una vasta región ubicada geográficamente en el territorio del sur-sureste de México, específicamente en los cinco estados de Campeche, Chiapas, (lugar donde se ubica la ciudad principal), Quintana Roo, Tabasco y Yucatán; y en los territorios de América Central de los actuales Bélice, Guatemala, Honduras y El Salvador, con una historia de aproximadamente 3000 años. El siguiente mito fue tomado de la obra Guerreros, Dioses y Espíritus de la Mitología de América Central y Sudamérica, de Douglas Gifford.
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Erase una vez un hombre que tenía una hermosa hija. Día a día, mientras tejía, veía pasar por delante de su puerta a un joven cazador camino del bosque. A la caída de la noche, el cazador volvía con un ciervo sobre sus hombros.
Un día estaba la muchacha lavando un poco de maíz, para hacer luego la comida, y vació el agua en el sendero que había delante de la choza de su padre. El agua de maíz dejó el sendero muy resbaladizo, y cuando el joven cazador pasó por allí se cayó. El ciervo que llevaba sobre los hombros también cayó, y la muchacha vio que no se trataba de un animal recién cazado, sino de una piel rellena de cenizas calientes que se desparramaron por el suelo, todavía rojas y humeantes. El joven no era un cazador común, era el Sol.
Avergonzado entonces de haber quedado en evidencia, se convirtió en un colibrí y partió volando tan velozmente como le fue posible.
El hombre Sol, sin embargo, se acordaba mucho de la muchacha que había descubierto su secreto, y volvió al día siguiente, en forma de colibrí, a alimentarse con las flores de su jardín.
—Cógeme ese adorable pajarillo —pidió la muchacha a su padre, y éste, haciendo uso de su honda, derribó al pájaro. La muchacha lo tomó entre sus manos, y así, manteniéndolo tibio, lo tuvo durante todo el día. A la llegada de la noche, cuando su padre la encerró en la parte más cálida de la choza, la muchacha llevó consigo al colibrí.
En el calor del cuartucho, el colibrí revivió y vio a la muchacha, que dormía profundamente, junto al fuego. Adoptó entonces, de nuevo, su forma humana, y despertó a la joven.
—Mira, soy yo. Vamonos —susurró.
La joven, que reconoció de inmediato al joven cazador, se puso muy contenta.
—Me iría contigo, pero mi padre ha cerrado la puerta, v si huimos nos perseguirá y nos matará.
—No podrá hacerlo —replicó el cazador—, porque cambiaré nuestras formas.
—Pero mi padre tiene una lente mágica, con la que podrá ver a dónde nos dirigimos —dijo ella.
—No te preocupes —dijo el joven cazador—. Tomaré mis precauciones al respecto.
En un instante, ambos cambiaron de formas y se fueron a través del ojo de la cerradura de la puerta. Al poco, estaban muy lejos de la casa en donde viviera la muchacha.
El padre, a la mañana siguiente, descubrió que su hija había desaparecido y de inmediato adivinó lo que había pasado.
—¡No era un colibrí cualquiera! —exclamó—. Ha debido de embrujar a mi hija.
Tomó, pues, su lente mágica y se la puso en el ojo para ver a dónde se habían marchado. Pero no le sirvió de nada. El joven cazador había espolvoreado la lente con polvos de chile picante, que le hicieron picar y llorar los ojos tanto que el padre apenas podía ver.
Entonces salió de la choza y llamó al volcán que se alzaba sobre la aldea.
—¡Volcán, volcán! ¡Deten a mi hija y al joven que ha escapado con ella! ¡Deténios y destruyelos!
Una lluvia de fuego y de centellas surgió de repente de la boca del volcán, persiguiendo con su rugido a la pareja que huía. Justo cuando iban a ser alcanzados, el cazador vio, a la vera del camino, una tortuga.
—¡Préstame tu caparazón! —le suplicó.
—¿Cómo voy a dejártelo? —le dijo entonces la tortuga, con aspereza—. Apenas si quepo yo.
Pero el joven cazador poseía la facultad de transmutarse y, haciéndose muy pequeño, buscó cubierta bajo la tortuga. Cuando pronunciaba las palabras que reducirían a la muchacha a un tamaño semejante al suyo, la lluvia de fuego la envolvió, deshaciéndola en miles de fragmentos.
Después de la lluvia de fuego se produjo una inundación, y, cuando el joven cazador salió de su escondite, vio los restos de la muchacha desparramados sobre un gran lago. Mandó recoger sus pedazos y meterlos en agua y guardarlos en pellejos, pucheros y todo tipo de recipientes. Luego lo metió todo en una bolsa que llevó a un posadero, diciéndole que en el plazo de dos semanas volvería a recogerla. El posadero, días después, quedó horrorizado al ver que la bolsa se movía, y cuando regresó el joven le preguntó qué había dentro.
—No te preocupes —dijo el joven—. Mira.
Cuando abrió la bolsa, todos los pellejos, botellas y cacharros que allí había estaban llenos de pequeños animales; y, en una frasca, reducida a un tamaño mínimo, estaba la muchacha. Cuando vio al joven sonrió, demostrando así la alegría que experimentaba: había recobrado la vida.
No quedaba más que restituirla a su tamaño normal, cosa que el joven hizo merced a sus mágicos poderes. El joven cazador volvió a asumir sus obligaciones como Sol, y, poco después de desposada, ella se convirtió en su Luna.
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