Los tobas y los chorotis son etnias del grupo pámpido que habita en el Gran Chaco. Hacia el siglo XVI habitaba gran parte del Chaco Central y del Chaco Austral. El siguiente mito sobre fue tomado y adaptado de la obra Mitología Americana, del R.P. Mariano Izquierdo, C.M.F.
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Estas comunidades temían y reverenciaban a los demonios o espíritus inferiores, a quienes consideran hostiles a los hombres. A todos esos espíritus adversos los chorotis los llaman Mohsek, así como los tobas los denominan Peyak; a ellos atribuyen todos los fenómenos naturales y, particularmente, las enfermedades, desgracias y muertes.
Tanto los chorotis como los tobas, se figuran a los malignos espíritus cual seres humanos, dotados de agilísimas alas, pero con esta diferencia: en concepto de los chorotis, los Mohsek andan con aspecto de ancianos; al paso que los tobas se imaginan a los Peyak en forma de niños.
Tal diferencia es debida a la costumbre que tenían ambas tribus de matar, respectivamente, a los ancianos o a los niños que veían desahuciados, por creer que, de otra manera, se les transformarían ante sus ojos los enfermos en Mohsek o en Peyak. Por eso, al darles muerte, más que practicar con ellos la eutanasia, realizan una especie de apoteosis, pues que, a cuantos así morían, los miraban después como deidades.
Los Mohsek o Peyak son al mismo tiempo demonios de la naturaleza, los cuales viven dentro de los animales, como jaguares, ñandúes y serpientes; dentro de las plantas, como en los algarrobos, y hasta en los peñascos.
Los tobas creían que cuando una persona se enfermaba ello era debido al genio maligno de Payak, que se introduce en el cuerpo. El alma entonces abandona el cuerpo, para refugiarse en el tronco de la ceiba (llamada también palo borracho), del cual no vuelve hasta que el maligno abandona el cuerpo; y sólo así es como el enfermo se restablece. Al respecto, cuentan que en un tiempo quiso Payak desgraciar a todos los seres humanos. Pera ello necesitaba coexistir en el cuerpo con el alma de cada hombre, para así pervertirla. Pero Cotaá (Dios), dicho también Yaguec, pudo más. Hizo huir las almas de todos los cuerpos y las mandó a ocultarse dentro del tronco de la ceiba, al que al propio tiempo recubrió de largas espinas, a fin de impedir todo acceso de Payak.
Desde aquellos remotísimos tiempos, cuando el maligno entraba en los cuerpos, no hallaba las almas para consumar en ellas sus malévolos designios, y las esperaba días y días. A veces ocasionaba la muerte del cuerpo, pero jamás la del alma, la cual nunca retornaba, hasta que el espíritu del mal no se ausentera.
Cuando el enfermo se curaba era que Payak se había alejado y el alma había vuelto. Cuando fallecía era porque no se había ausentado y, cansado de esperar el alma, había absorbido la sangre del enfermo, hasta ocasionarle la muerte.