Los Catíos, que habitan actualmente el occidente de Antioquia, pertenece a la comunidad de los Chocó, y el hecho de que sean conocidos con el nombre de la antigua tribu Catía se debe probablemente a que vinieron en siglos posteriores a ocupar su región. Este mito sobre el héroe Herupotoarra fue tomado y adaptado de la obra Mitología Americana, del R.P. Mariano Izquierdo, C.M.F.:
.
Herupotoarra pertenecía, por parte de madre, al linaje aristocrático de los domicoes, y fue el artífice que buscó Caragabí para construirle la escalera del cielo, para exclusiva utilidad de los hombres.
El nombre de Herupotoarra significa «nacido de la pierna». Una india, del linaje catío de los domicoes, estaba pescando cuando he aquí que concibió de una nutria, entre los dedos de un pie. Nació Herupotoarra de la pantorra de su madre, la cual, de resultas, murió.
Llegado Herupotoarra a la mayor edad, averiguó insistentemente quién había sido el causante de la muerte de su madre. Aseguráronle que la luna fue la asesina de la autora de sus días.
Herupotoarra pertenecía, por parte de madre, al linaje aristocrático de los domicoes, y fue el artífice que buscó Caragabí para construirle la escalera del cielo, para exclusiva utilidad de los hombres.
El nombre de Herupotoarra significa «nacido de la pierna». Una india, del linaje catío de los domicoes, estaba pescando cuando he aquí que concibió de una nutria, entre los dedos de un pie. Nació Herupotoarra de la pantorra de su madre, la cual, de resultas, murió.
Llegado Herupotoarra a la mayor edad, averiguó insistentemente quién había sido el causante de la muerte de su madre. Aseguráronle que la luna fue la asesina de la autora de sus días.
Herupotoarra, dejándose guiar de su prodigioso ingenio, colocó dos palos en forma de escala y empezó a subir por ellos, resuelto a tomar venganza de la luciente reina de la noche. No la había de librar de su justo castigo la altura a que pasa por encima de los hombres.
A medida que Herupotoarra pronunciaba: Uariade, uariade, sube, sube, se iba estirando verticalmente la mágica escalera, hasta que él llegó a la presencia de la luna, a la cual increpó repentinamente y, sin darle tiempo para replicar, le descargó en la cara tan tremenda bofetada, que todavía se ven en ella las marcas, por las manchas que lleva.
A medida que Herupotoarra pronunciaba: Uariade, uariade, sube, sube, se iba estirando verticalmente la mágica escalera, hasta que él llegó a la presencia de la luna, a la cual increpó repentinamente y, sin darle tiempo para replicar, le descargó en la cara tan tremenda bofetada, que todavía se ven en ella las marcas, por las manchas que lleva.
Acaeció entonces que pasó volando un trienené, que los civilizados llamamos pájaro carpintero, y con su potente pico barrenó en breve tiempo la escalera encantada y dio al traste con ella.
Herupotoarra, asido a la escalera, iba diciendo por los aires: «Mojopodo, mojopodo», es decir, sin peso, sin peso. Y como si escala y escalador tuviesen menos peso que una pluma, fueron a caer suavemente en otro planeta que hay debajo de la tierra llamado Armucurá. Halló que los habitantes de Armucurá eran inmortales, se alimentaban de vapor de chontaduro y estaban exentos de necesidades naturales.
Herupotoarra no se olvidó de la tierra; volvió a armar y enderezar su escalera y subió de nuevo a este mundo. Una vez aquí, le aseguraron que quien había causado la muerte de su madre era Ambuima, un indio brujo muy temido que vivía en un bellísimo bohío.
Herupotoarra hizo diez flechas, para quitar con ellas la vida a Ambuima, hábil como ninguno en sacrilegios y engaños. Flechóle, pero todas las flechas le pasaban rozando el brazo sin herirle. Ambuima, a su vez, aplicó la mano a Herupotoarra en el costado, y a la mañana siguiente apareció muerto. Al mediodía empezaron a salir de la boca de Herupotoarra moscas, tábanos, mosquitos inofensivos, en que se transformó su cadáver. Murió también Ambuima y se convirtió en avispas venenosas.
Herupotoarra, asido a la escalera, iba diciendo por los aires: «Mojopodo, mojopodo», es decir, sin peso, sin peso. Y como si escala y escalador tuviesen menos peso que una pluma, fueron a caer suavemente en otro planeta que hay debajo de la tierra llamado Armucurá. Halló que los habitantes de Armucurá eran inmortales, se alimentaban de vapor de chontaduro y estaban exentos de necesidades naturales.
Herupotoarra no se olvidó de la tierra; volvió a armar y enderezar su escalera y subió de nuevo a este mundo. Una vez aquí, le aseguraron que quien había causado la muerte de su madre era Ambuima, un indio brujo muy temido que vivía en un bellísimo bohío.
Herupotoarra hizo diez flechas, para quitar con ellas la vida a Ambuima, hábil como ninguno en sacrilegios y engaños. Flechóle, pero todas las flechas le pasaban rozando el brazo sin herirle. Ambuima, a su vez, aplicó la mano a Herupotoarra en el costado, y a la mañana siguiente apareció muerto. Al mediodía empezaron a salir de la boca de Herupotoarra moscas, tábanos, mosquitos inofensivos, en que se transformó su cadáver. Murió también Ambuima y se convirtió en avispas venenosas.