miércoles, 21 de octubre de 2015

México - Mito Maya - El hombre que se hizo Sol

La civilización Maya habitó una vasta región ubicada geográficamente en el territorio del sur-sureste de México, específicamente en los cinco estados de Campeche, Chiapas, (lugar donde se ubica la ciudad principal), Quintana Roo, Tabasco y Yucatán; y en los territorios de América Central de los actuales Bélice, Guatemala, Honduras y El Salvador, con una historia de aproximadamente 3000 años. El siguiente mito fue tomado de la obra Guerreros, Dioses y Espíritus de la Mitología de América Central y Sudamérica, de Douglas Gifford.
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Una calurosa tarde iba un hombre caminando por el bosque cuando decidió descansar en las ramas de un gran árbol. Trepó, pues, se acomodó entre las hojas, y rápidamente se quedó dormido. Mientras dormía, se hizo de noche; y una banda de ladrones acampó bajo el árbol. Encendieron una hoguera, asaron carne, comieron y se echaron a dormir.


Sus ronquidos sonoros, que denotaban satisfacción, despertaron al hombre que estaba en las ramas, sobre las cabezas de los ladrones, y se bajó de allí para echar un vistazo. Calentó sus manos en el fuego, y, sin hacer el menor ruido, probó un poco de la carne que aquellos hombres dejaron sobre los rescoldos. Como le gustó, decidió comer un trozo más, y otro, hasta que la acabó.

Después miró en torno suyo, a ver qué encontraba, y enseguida descubrió un arca de madera, que los ladrones habían robado. Al abrirla vio hermosas ropas, hechas con el más fino algodón, tejidas y teñidas, 'y bordadas con los más llamativos colores. El hombre se probó prenda tras prenda, contoneándose a la luz de la hoguera con los brazos extendidos para mejor admirar los colores, acariciando contra su cara aquellos finos tejidos. Los ladrones, mientras tanto, seguían roncando alrededor de la hoguera.

En el fondo del arca encontró el hombre una hermosa capa roja, que puso amorosamente sobre sus hombros. Y en ese instante sucedió un prodigio: Sus pies empezaron a moverse por sí mismos, ejecutando delicados pasos de baile que él, hasta entonces, ignoraba. Danzaba cada vez más veloz, más salvaje y descontroladamente; se agachaba y brincaba, gritando, y luego saltaba en el aire para volver a caer, dando coces con los dos pies al tiempo.

Uno de los ladrones, perturbado por el ruido, abrió los ojos y volvió a cerrarlos de inmediato.

—¡Qué sueño tan horrible! —se dijo; y continuó pensando—. ¿De veras será un sueño? Un hombre vestido de rojo resplandeciente bailando como un loco junto a la hoguera...

Abrió el ladrón un ojo, nada más, para no sufrir una impresión mayor. Allí estaba otra vez. Allí estaba aquel hombre salvaje, bailando junto al fuego y vestido con una capa muy roja y brillante.

El ladrón dejó escapar un grito escalofriante, que despertó a sus compañeros.

—¡Es el espíritu de las montañas! —se dijeron los unos a los otros—. ¡Ha venido a devorarnos!

Entonces, movidos por el pánico, echaron a correr y se perdieron en el bosque.
El hombre que danzaba no se enteró de nada; siguió bailando, alejándose del fuego, por entre los árboles, hasta llegar al borde de un precipicio que parecía separar el cielo de la tierra. Sin vacilación alguna el hombre bailó sobre el filo del precipicio, hasta caer, al fin, en una oscuridad infinita. Sin embargo, en lugar de desaparecer en el abismo, la danzarina figura pareció flotar en el espacio por unos momentos y luego, con la capa revoloteándole sobre los hombros, comenzó a remontarse por los aires. Voló tan alto y tan alto, que no parecía un hombre con una capa roja, sino un círculo rojo en el cielo. Ascendió más y más, para irradiar, en su vuelo, un brillo que tornaba el aire cálido. El bailarín se había convertido en sol.

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