Los Catíos, que habitan actualmente el occidente de Antioquia, pertenece a la comunidad de los Chocó, y el hecho de que sean conocidos con el nombre de la antigua tribu Catía se debe probablemente a que vinieron en siglos posteriores a ocupar su región. Este mito sobre los dioses Caragabí y Tutruicá fue tomado y adaptado de la obra Mitología Americana, del R.P. Mariano Izquierdo, C.M.F.:
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Sobre el mundo terrestre reinaba feliz Caragabí, después que se hizo independiente de Tatzitzetze, que lo había creado. Muy ajeno estaba Caragabí de creer que existiese en uno de los cuatro mundos inferiores al suyo otro dios no inferior a él en excelencia y poder. Tutruicá era el dios del mundo que hay, no dentro de la tierra sino debajo de ella. Tutruicá no recibió de nadie la existencia. En eso es semejante a Tatzitzetze pero Caragabí no se considera inferior a ninguna divinidad pues recibió todo el poder y toda la sabiduría de Tatzitzetze y hasta llegó a prevalecer sobre él.
Caragabí y Tutruicá vivieron mucho tiempo sin conocerse uno al otro. Cierto día, el dios de arriba divisó desde la región del aire un globo envuelto en sombras, suspendido en otra región por debajo de la tierra, y descendió a ver lo que era. Entonces Caragabí se encontró con un personaje yábea, es decir, contemporáneo, el cual era dueño de Armucurá, que era el mundo inferior y próximo a la tierra.
- ¿Quién eres tú?- preguntó Caragabí.
- Yo soy Tutruicá- contestó el yábea, el dios de abajo.
- ¿Eres nacido?
- No, resulté solo, nadie me hizo. Y tú ¿cómo naciste?
- Yo nací de la saliva de Tatzitzetze. Por eso me honro de tener a tan soberano progenitor.
- Pues lo que es yo no tengo ningún antepasado y en eso cifro mi honra y mi superioridad a ti.
Entonces Caragabí habló así al yábea:
- Vamos a probarnos mutuamente si somos dioses.
- Convenido. Yo trabajaré el barro, dijo Tutruicá.
- Pues yo labraré la dura piedra – repuso Caragabí.
Acabado este diálogo, cada cual se fue a su mundo como dos artistas a su taller.
Pasado como un año, Caragabí dio comienzo a su obra, esculpiendo en la dura piedra mompahuará dos estatuas, con intención de darles vida y convertirlas en personas. Tan pronto como las acabó, soploles en las extremidades de los pies y manos, y en la frente, con lo que les entró la vida. Las efigies abrieron los ojos y sonrieron pero no pudieron levantarse ni tampoco hablaban.
Mucho mayor éxito tuvo Tutruicá, el cual hizo de barro dos grandes muñecos, les sopló en la frente e hizo de ellos al primer hombre y a la primera mujer que habitaron en el Armucurá, donde todos los moradores son inmortales.
Supo Caragabí que su contemporáneo había hecho de barro dos muñecos, que, no sólo miraban y sonreían sino que se movían, andaban y hablaban. Con gran avidez mandó Caragabí un mensajero a Tutruicá, preguntándole cómo se las había arreglado para hacer una creación tan perfecta. Tutruicá dio respuesta desdeñosa e insultante a Caragabí. Le trató de idiota y le motejó de dios creado. Caragabí, vencido por Tutruicá en la obra de sus manos, se encolerizó en extremo, cuando oyó los insultos del yábea y corrió contra él, provisto de un largo lazo, con ánimo de ahorcarle. Desde lejos le enlazó con arte magistral, pero Tutruicá sujetó con tal fuerza el lazo escurridizo que enojado Caragabí hubo que reconocer mal de su agrado, que tampoco por la fuerza podría vencer a su contrincante. Con esta prueba quedaron ambos convencidos de su igualdad de fuerza.
Si en esta ocasión hubiera vencido Tutruicá, habría quedado dueño de ambos mundos, y todos los moradores de la tierra habríamos gozado de inmortalidad como los habitantes de Armucurá.
Otro día, Caragabí, calmado de su enojo, consideró que debía mandar otro mensaje a Tutruicá, rogándole que le enseñara cómo había él formado tan perfectas criaturas. Tutruicá se negó por segunda vez.
De allí a algunos días, se compadeció Tutruicá de Caragabí por que no podía crear al hombre con la debida perfección y le mandó a decir que no hiciera al hombre de piedra sino de barro. Humillóse Caragabí a obedecer esta insinuación de Tutruicá y mandó un tercer mensajero a pedir al yábea un pedacito de su barro, siquiera como la lengua de una paloma. El dios de abajo complació esta vez al dios de arriba, enviándole lo que pedía, y aquel minúsculo pedacito de barro creció tanto en manos de Caragabí, que bastó para formar la efigie de un hombre. Se sacó Caragabí un pedacito de costilla y con ella sopló al gran muñeco en las extremidades y en la frente, y en seguida la introdujo dentro de la efigie, la cual, al punto se transformó en un hombre, que se puso de pie y veía, sonreía, andaba y hablaba con perfección. Caragabí se alegró mucho de su obra y le mandó que se arrodillara para darle la bendición.
Hecho esto, Caragabí se fue a recorrer el mundo. Pasados diez años pensó en darle compañera al hombre que había formado. Para ello mandó nuevo mensajero a Tutruicá pidiéndole otro poco de barro, por que la primera cantidad se le había perdido. Tutruicá creyó en este engaño y le mandó una cantidad semejante a la primera. Con ese barro hizo Caragabí una figura de mujer, por semejante procedimiento que siguió al formar al hombre. Para darle vida, quitó al hombre la primera costilla del lado derecho y con ella sopló a la efigie, introduciéndosela cuidadosamente, y he aquí que la efigie se animó, el barro cobró aspecto humano, y resultó una encantadora mujer. Al verla con vida e inteligencia perfectas, se alegró sobre manera el corazón de Caragabí.
Por virtud de las sendas costillas introducidas en ambas efigies, se les quitó la pesantez propia del barro.
Tutruicá que no despreciaba oportunidad para buscar reparos en todas las obras de Caragabí, viéndole tan alegre y satisfecho por la creación del primer hombre y la primera mujer, quiso zaherirle que, al fin y al cabo, los hombres que había hecho eran mortales. A lo cual repuso Caragabí: “no importa, después de la muerte, yo recogeré sus almas y las llevaré al cielo, donde serán inmortales.”
Caragabí y Tutruicá vivieron mucho tiempo sin conocerse uno al otro. Cierto día, el dios de arriba divisó desde la región del aire un globo envuelto en sombras, suspendido en otra región por debajo de la tierra, y descendió a ver lo que era. Entonces Caragabí se encontró con un personaje yábea, es decir, contemporáneo, el cual era dueño de Armucurá, que era el mundo inferior y próximo a la tierra.
- ¿Quién eres tú?- preguntó Caragabí.
- Yo soy Tutruicá- contestó el yábea, el dios de abajo.
- ¿Eres nacido?
- No, resulté solo, nadie me hizo. Y tú ¿cómo naciste?
- Yo nací de la saliva de Tatzitzetze. Por eso me honro de tener a tan soberano progenitor.
- Pues lo que es yo no tengo ningún antepasado y en eso cifro mi honra y mi superioridad a ti.
Entonces Caragabí habló así al yábea:
- Vamos a probarnos mutuamente si somos dioses.
- Convenido. Yo trabajaré el barro, dijo Tutruicá.
- Pues yo labraré la dura piedra – repuso Caragabí.
Acabado este diálogo, cada cual se fue a su mundo como dos artistas a su taller.
Pasado como un año, Caragabí dio comienzo a su obra, esculpiendo en la dura piedra mompahuará dos estatuas, con intención de darles vida y convertirlas en personas. Tan pronto como las acabó, soploles en las extremidades de los pies y manos, y en la frente, con lo que les entró la vida. Las efigies abrieron los ojos y sonrieron pero no pudieron levantarse ni tampoco hablaban.
Mucho mayor éxito tuvo Tutruicá, el cual hizo de barro dos grandes muñecos, les sopló en la frente e hizo de ellos al primer hombre y a la primera mujer que habitaron en el Armucurá, donde todos los moradores son inmortales.
Supo Caragabí que su contemporáneo había hecho de barro dos muñecos, que, no sólo miraban y sonreían sino que se movían, andaban y hablaban. Con gran avidez mandó Caragabí un mensajero a Tutruicá, preguntándole cómo se las había arreglado para hacer una creación tan perfecta. Tutruicá dio respuesta desdeñosa e insultante a Caragabí. Le trató de idiota y le motejó de dios creado. Caragabí, vencido por Tutruicá en la obra de sus manos, se encolerizó en extremo, cuando oyó los insultos del yábea y corrió contra él, provisto de un largo lazo, con ánimo de ahorcarle. Desde lejos le enlazó con arte magistral, pero Tutruicá sujetó con tal fuerza el lazo escurridizo que enojado Caragabí hubo que reconocer mal de su agrado, que tampoco por la fuerza podría vencer a su contrincante. Con esta prueba quedaron ambos convencidos de su igualdad de fuerza.
Si en esta ocasión hubiera vencido Tutruicá, habría quedado dueño de ambos mundos, y todos los moradores de la tierra habríamos gozado de inmortalidad como los habitantes de Armucurá.
Otro día, Caragabí, calmado de su enojo, consideró que debía mandar otro mensaje a Tutruicá, rogándole que le enseñara cómo había él formado tan perfectas criaturas. Tutruicá se negó por segunda vez.
De allí a algunos días, se compadeció Tutruicá de Caragabí por que no podía crear al hombre con la debida perfección y le mandó a decir que no hiciera al hombre de piedra sino de barro. Humillóse Caragabí a obedecer esta insinuación de Tutruicá y mandó un tercer mensajero a pedir al yábea un pedacito de su barro, siquiera como la lengua de una paloma. El dios de abajo complació esta vez al dios de arriba, enviándole lo que pedía, y aquel minúsculo pedacito de barro creció tanto en manos de Caragabí, que bastó para formar la efigie de un hombre. Se sacó Caragabí un pedacito de costilla y con ella sopló al gran muñeco en las extremidades y en la frente, y en seguida la introdujo dentro de la efigie, la cual, al punto se transformó en un hombre, que se puso de pie y veía, sonreía, andaba y hablaba con perfección. Caragabí se alegró mucho de su obra y le mandó que se arrodillara para darle la bendición.
Hecho esto, Caragabí se fue a recorrer el mundo. Pasados diez años pensó en darle compañera al hombre que había formado. Para ello mandó nuevo mensajero a Tutruicá pidiéndole otro poco de barro, por que la primera cantidad se le había perdido. Tutruicá creyó en este engaño y le mandó una cantidad semejante a la primera. Con ese barro hizo Caragabí una figura de mujer, por semejante procedimiento que siguió al formar al hombre. Para darle vida, quitó al hombre la primera costilla del lado derecho y con ella sopló a la efigie, introduciéndosela cuidadosamente, y he aquí que la efigie se animó, el barro cobró aspecto humano, y resultó una encantadora mujer. Al verla con vida e inteligencia perfectas, se alegró sobre manera el corazón de Caragabí.
Por virtud de las sendas costillas introducidas en ambas efigies, se les quitó la pesantez propia del barro.
Tutruicá que no despreciaba oportunidad para buscar reparos en todas las obras de Caragabí, viéndole tan alegre y satisfecho por la creación del primer hombre y la primera mujer, quiso zaherirle que, al fin y al cabo, los hombres que había hecho eran mortales. A lo cual repuso Caragabí: “no importa, después de la muerte, yo recogeré sus almas y las llevaré al cielo, donde serán inmortales.”
Hasta el momento este mito es uno de los más originales que he conocido. Yo ya leí antes algo acerca de ello. Caragabi, dios de la Tierra, distingue 6 planetas a su alrededor. Lástima que nunca pude encontrar información suficiente para comprender quiénes poblaban esos otros mundos. Pero lo que sorprende de este excepcional mito es que nos demuestra que nosotros tenemos un origen "extraterrestre", si me permiten el término, pues el barro con el que fuimos creados procedía de otro mundo completamente diferente al nuestro: el Armucurá, mundo de inmortales.
ResponderEliminarla respuesta de Caragabi al zaherimiento de Tutruicá deja lugar a muchas reflexiones: sus seres creados no tienen inmortalidad física, pero sí inmortalidad del alma.