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Erase una vez un hombre que tenía una hermosa hija. Día a día, mientras tejía, veía pasar por delante de su puerta a un joven cazador camino del bosque. A la caída de la noche, el cazador volvía con un ciervo sobre sus hombros.
Un día estaba la muchacha lavando un poco de maíz, para hacer luego la comida, y vació el agua en el sendero que había delante de la choza de su padre. El agua de maíz dejó el sendero muy resbaladizo, y cuando el joven cazador pasó por allí se cayó. El ciervo que llevaba sobre los hombros también cayó, y la muchacha vio que no se trataba de un animal recién cazado, sino de una piel rellena de cenizas calientes que se desparramaron por el suelo, todavía rojas y humeantes. El joven no era un cazador común, era el Sol.
Avergonzado entonces de haber quedado en evidencia, se convirtió en un colibrí y partió volando tan velozmente como le fue posible.