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El planeta era una masa de tierra compacta sin mar ni ríos ni quebradas ni hombres. Los únicos pobladores eran los animales hablaban como las personas de hoy y aquellos que tenían cuatro patas andaban sobre dos. Tal fue el paisaje que vio Ipelele Opa a su llegada. Pero un día su esposa vino ebria y él no supo a qué atribuirle la causa. Entonces se sacó una muela que se metamorfoseó en arriera y ella anduvo, anduvo hasta llegar a Ipuwala: era un árbol grande, frondoso, cuya copa era un bosque donde tenían los animales plantaciones de maíz, arroz, cañas de azúcar, guineos de jugo embriagante y otras plantas que servían de alimentos a los animales.
Así fue como Ipelele Opa determinó talarlo. Congregó a los habitantes de la tierra y ellos obedecieron. Pese al esfuerzo que realizaron juntos aquel día lograron solamente la mitad de la tarea. Al día siguiente, cuanto Ipelele Opa y los animales llegaron para terminar de talar se maravillaron grandemente y no encontraron explicación alguna de cómo o por qué pudiese estar intacto el árbol. Acometieron con mayor esfuerzo. Trataron de terminar pronto. Trabajando los sorprendió la noche y se vieron obligados a irse al descanso. Ipuwala quedó solo, envuelto en la oscuridad, hasta la mañana siguiente en que llegó Ipelele Opa y su séquito de animales para reanudar el trabajo, pero el árbol estaba ya sin las cortaduras del día anterior. Pelele Opa montó en cólera, pero ninguno supo darle explicación alguna y volvió a mirar a Ipuwala: enorme, frondoso, intacto.
Al llegar la noche, el árbol estaba cortado hasta la mitad únicamente. Se suspendió el trabajo. En esta ocasión se escondieron entre las malezas. Disimulados por las sombras, aparecieron: Olo No, sapo de brillantes ojos: Olo Nia, diablo dorado; Olo Naipe, serpiente de áurea mirada; Olo Achu, perro de oro; cada uno por cada uno de los cuatros puntos cardinales, respectivamente. Al llegar estos animales al árbol juntaron sus lenguas al corte e Ipuwala volvió a cerrarse, pero ellos murieron atravesados por las saetas invencibles del terrible flechador Puksu.
Inmediatamente, en plena noche, Ipelele Opa y los animales se pusieron a talar y los pedazos que caían se transformaban en cangrejos, aretes, zorros, etc. Cuando llegó el sol, habían logrado cortar el árbol, pero no cayó por más que le mecían y remecían: sus frondosas ramas estaban enredadas con las nubes. Para desenredarlo, Ipele Opa llamó a una ardilla.
Llevaba entre los dientes un machete, mas habiendo escalado un poco se resbaló y cayó cortándose la espalda: desde entonces se le conoce como Esttinkana, cortado con machete. "Sube tú", le ordenó al mono, pero al llegar a la copa, el animal no pudo desenredar el árbol ni tampoco se bajó. Desde entonces vive en los árboles con el nombre de aullador.
En última instancia, llamó a una ardilla más pequeña, sin embargo ésta se negó aduciendo estar casado y en vista de ello Ipelele Opa le prometió otra mujer; la hija de Mastalipe.
A pesar de todo, el héroe esperó dos días porque el animal le dijo que antes era preciso acostarse con ella. Ipele Opa le entregó un hacha de oro y además determinó regalarle un vestido dorado al finalizar el trabajo. El animal se preparó a la vista del público. Tomó impulso. Se oyó el hachazo y en medio del más ruidoso de los estruendos se desplomó el árbol y de él nacieron los mares, los ríos y las quebradas; pero nunca más se supo de la pequeña ardilla.
Con una fiesta de gran solemnidad se celebró este hecho, pero hubo peleas al embriagarse los animales y por ello Ipelele Opa los castigó haciéndoles perder los caracteres humanos y así fueron arrojados hacia las selvas y aquellos que andaban sobre dos patas anduvieron sobre cuatro y las plantaciones quedaron para los hombres que nacerían con el tiempo.
Después de este acontecimiento el héroe subió al Cielo. Luego envió a Ipelele Sipukua y a su esposa a la tierra. A su arribo se detuvieron en las verdes pestañas del árbol del calabazo, en la cima de la montaña Takarkuna (la cuna de los kunas). Esta pareja tuvo hijos y sobrinos entre los cuales se puede contar a Ipelele Okkelele, que también tuvo hijos y sobrinos, como Ipelele Kakkatottokun, por ejemplo, quien a su vez tuvo hijos y sobrinos y así sucesivamente hasta que nacieron los Tule. Tal es la historia de Ipuwala, tal el nacimiento de los mares, de los ríos y de las quebradas, tal la genealogía de los kunas.
Así fue como Ipelele Opa determinó talarlo. Congregó a los habitantes de la tierra y ellos obedecieron. Pese al esfuerzo que realizaron juntos aquel día lograron solamente la mitad de la tarea. Al día siguiente, cuanto Ipelele Opa y los animales llegaron para terminar de talar se maravillaron grandemente y no encontraron explicación alguna de cómo o por qué pudiese estar intacto el árbol. Acometieron con mayor esfuerzo. Trataron de terminar pronto. Trabajando los sorprendió la noche y se vieron obligados a irse al descanso. Ipuwala quedó solo, envuelto en la oscuridad, hasta la mañana siguiente en que llegó Ipelele Opa y su séquito de animales para reanudar el trabajo, pero el árbol estaba ya sin las cortaduras del día anterior. Pelele Opa montó en cólera, pero ninguno supo darle explicación alguna y volvió a mirar a Ipuwala: enorme, frondoso, intacto.
Al llegar la noche, el árbol estaba cortado hasta la mitad únicamente. Se suspendió el trabajo. En esta ocasión se escondieron entre las malezas. Disimulados por las sombras, aparecieron: Olo No, sapo de brillantes ojos: Olo Nia, diablo dorado; Olo Naipe, serpiente de áurea mirada; Olo Achu, perro de oro; cada uno por cada uno de los cuatros puntos cardinales, respectivamente. Al llegar estos animales al árbol juntaron sus lenguas al corte e Ipuwala volvió a cerrarse, pero ellos murieron atravesados por las saetas invencibles del terrible flechador Puksu.
Inmediatamente, en plena noche, Ipelele Opa y los animales se pusieron a talar y los pedazos que caían se transformaban en cangrejos, aretes, zorros, etc. Cuando llegó el sol, habían logrado cortar el árbol, pero no cayó por más que le mecían y remecían: sus frondosas ramas estaban enredadas con las nubes. Para desenredarlo, Ipele Opa llamó a una ardilla.
Llevaba entre los dientes un machete, mas habiendo escalado un poco se resbaló y cayó cortándose la espalda: desde entonces se le conoce como Esttinkana, cortado con machete. "Sube tú", le ordenó al mono, pero al llegar a la copa, el animal no pudo desenredar el árbol ni tampoco se bajó. Desde entonces vive en los árboles con el nombre de aullador.
En última instancia, llamó a una ardilla más pequeña, sin embargo ésta se negó aduciendo estar casado y en vista de ello Ipelele Opa le prometió otra mujer; la hija de Mastalipe.
A pesar de todo, el héroe esperó dos días porque el animal le dijo que antes era preciso acostarse con ella. Ipele Opa le entregó un hacha de oro y además determinó regalarle un vestido dorado al finalizar el trabajo. El animal se preparó a la vista del público. Tomó impulso. Se oyó el hachazo y en medio del más ruidoso de los estruendos se desplomó el árbol y de él nacieron los mares, los ríos y las quebradas; pero nunca más se supo de la pequeña ardilla.
Con una fiesta de gran solemnidad se celebró este hecho, pero hubo peleas al embriagarse los animales y por ello Ipelele Opa los castigó haciéndoles perder los caracteres humanos y así fueron arrojados hacia las selvas y aquellos que andaban sobre dos patas anduvieron sobre cuatro y las plantaciones quedaron para los hombres que nacerían con el tiempo.
Después de este acontecimiento el héroe subió al Cielo. Luego envió a Ipelele Sipukua y a su esposa a la tierra. A su arribo se detuvieron en las verdes pestañas del árbol del calabazo, en la cima de la montaña Takarkuna (la cuna de los kunas). Esta pareja tuvo hijos y sobrinos entre los cuales se puede contar a Ipelele Okkelele, que también tuvo hijos y sobrinos, como Ipelele Kakkatottokun, por ejemplo, quien a su vez tuvo hijos y sobrinos y así sucesivamente hasta que nacieron los Tule. Tal es la historia de Ipuwala, tal el nacimiento de los mares, de los ríos y de las quebradas, tal la genealogía de los kunas.