Este mito fue tomado del libro "Leyendas de América: El Fuego y los Cuenta cuentos y otras leyendas" de Beatriz: Ferro, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968.
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Los indios Sipai cuentan que había una vez un gran héroe llamado Kumafari el Joven, que tenía ese nombre porque era el hijo de otro gran héroe, Kumafari el Viejo, su padre.
En aquellos tiempos el buitre andaba siempre revoloteando por ahí con un tizón encendido entre sus garras, burlándose de Kumafari y su gente, porque no habían descubierto cómo hacer fuego. El joven héroe propuso entonces el robo del tizón de fuego, pero no sabía cómo podía lograrlo.
Observaba que el buitre siempre hacía lo mismo: se posaba en un árbol, dejaba el tizón entre las horquillas de las ramas y después bajaba al suelo a comer carroña. Así que el robo debía darse en un momento de descuido del ave. Kumafari intentó varias estrategias para apoderarse del fuego: una vez se hizo el muerto, otra vez se convirtió en ciervo; pero el buitre siempre desconfiaba y terminaba por descubrir la trampa. Solía decirle: ¡No me engañas! ¡Yo sé que quieres robarme!
Un día Kumafari tuvo una idea mejor. Se acostó en el suelo, extendió y hundió sus brazos en la tierra; así sus brazos se convirtieron en dos arbustos con cinco ramas cada uno, una rama por cada dedo de la mano. El buitre lo vio y pensó: -¡Esta vez Kumafari está muerto de veras y sin sus brazos no podrá robarme el fuego!- Entonces se posó en uno de los arbustos, sin sospechar que dejaba el tizón en la mismísima mano del héroe. En un segundo, el hombre cerró la mano, se levantó de un salto y huyó con el fuego.
-¡Qué vergüenza Kumafari! -dijo el ave- ¡Eres hijo del gran Kumafari el Viejo, y no sabes hacer fuego!? ¡Para tener fuego hay que poner al sol palos de uruks y hacerlos girar uno sobre otro!
-Está bien -dijo Kumafari-, ahora también sé tu secreto, pero de todas maneras me quedaré con el tizón! Así fue como el buitre perdió el tizón y los Sipai consiguieron el fuego, aprendiendo a hacerlo todas las veces que lo necesitaban.
En aquellos tiempos el buitre andaba siempre revoloteando por ahí con un tizón encendido entre sus garras, burlándose de Kumafari y su gente, porque no habían descubierto cómo hacer fuego. El joven héroe propuso entonces el robo del tizón de fuego, pero no sabía cómo podía lograrlo.
Observaba que el buitre siempre hacía lo mismo: se posaba en un árbol, dejaba el tizón entre las horquillas de las ramas y después bajaba al suelo a comer carroña. Así que el robo debía darse en un momento de descuido del ave. Kumafari intentó varias estrategias para apoderarse del fuego: una vez se hizo el muerto, otra vez se convirtió en ciervo; pero el buitre siempre desconfiaba y terminaba por descubrir la trampa. Solía decirle: ¡No me engañas! ¡Yo sé que quieres robarme!
Un día Kumafari tuvo una idea mejor. Se acostó en el suelo, extendió y hundió sus brazos en la tierra; así sus brazos se convirtieron en dos arbustos con cinco ramas cada uno, una rama por cada dedo de la mano. El buitre lo vio y pensó: -¡Esta vez Kumafari está muerto de veras y sin sus brazos no podrá robarme el fuego!- Entonces se posó en uno de los arbustos, sin sospechar que dejaba el tizón en la mismísima mano del héroe. En un segundo, el hombre cerró la mano, se levantó de un salto y huyó con el fuego.
-¡Qué vergüenza Kumafari! -dijo el ave- ¡Eres hijo del gran Kumafari el Viejo, y no sabes hacer fuego!? ¡Para tener fuego hay que poner al sol palos de uruks y hacerlos girar uno sobre otro!
-Está bien -dijo Kumafari-, ahora también sé tu secreto, pero de todas maneras me quedaré con el tizón! Así fue como el buitre perdió el tizón y los Sipai consiguieron el fuego, aprendiendo a hacerlo todas las veces que lo necesitaban.
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