sábado, 7 de marzo de 2009

Colombia - Mito Catío - Origen del héroe Sever


Los Catíos, que habitan actualmente el occidente de Antioquia, pertenece a la comunidad de los Chocó, y el hecho de que sean conocidos con el nombre de la antigua tribu Catía se debe probablemente a que vinieron en siglos posteriores a ocupar su región. Este mito sobre el héroe Sever fue tomado y adaptado de la obra Mitología Americana, del R.P. Mariano Izquierdo, C.M.F.:

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Caragabí produjo de la nada una gota de agua, la cubrió con una totuma nueva y al día siguiente, cuando la descubrió, estaba convertida en un indio catío. Produjo otra gota de agua, y, tapada con la misma totuma, salió de ella una mujer catía, la que dio Caragabí por compañera al primer catío que hubo en el mundo.
A esta mujer la enseño Caragabí a hacer otra gota idéntica a las anteriores, pero ella esparció la gota en forma de menuda llovizna y así se originaron multitud de indios cunas. Los cunas aprendieron a manejar el arco con admirable destreza y habitaban en bohíos muy hermosos. A los ocho días de haber sido creados los cunas, flecharon a Caragabí, pero no pudieron herirle. El dios llevó muy a mal tamaña ingratitud de los cunas y los desterró de aquel lugar ameno, y ellos se establecieron a orillas del impetuoso Atrato.
Caragabí suscitó un héroe que tuvo en incesante zozobra a los cunas. De otra gota de agua creó Caragabí a un hombre que se llamó Sever, al cual infundió las más extrañas aptitudes de guerrero y conductor de hombres. Le enseñó a flechar con toda perfección; descubrióle el secreto de sobarse todo el cuerpo con ojos de tigre pulverizados, a fin de obtener agilidad. Para poder ver de noche lo mismo que de día, hizo que se frotara todo el cuerpo con ojos molidos de venado, de león y de guagua.
Sever tuvo cinco hijos varones que llegaron a ser otros tantos héroes que heredaron las maravillosas cualidades de su padre. Sever prevalido de su potencia visual, fue una noche a espiar a los cunas, los cuales carecían de esa virtud. Entró Sever en el poblado de los cunas, bien pertrechado de flechas, pero ellos le trataron hostilmente, por lo que tuvo que devolverse sin conseguir por entonces nada de lo que pretendía. Tenía Sever escondidas sus flechas en el sagrado árbol genené. Subieron veinte guerreros cunas arriba, en persecución de Sever, pero éste los mató a todos y se retiró a su bohío, situado en los nacimientos del Atrato, durante ocho días y noches de camino, ya que Sever, viajaba lo mismo de noche que de día. Por espacio de un mes, dedicose a construir abundante material de guerra, consistente en arcos y flechas. Bien pertrechado de éstas sus armas favoritas, volvió de nuevo contra los cunas, mató de noche a todos los habitantes de un gran bohío y se volvió a las cabeceras del Atrato. Caragabí enseñó a Sever a construir canoas y, sobre todo, le ayudó a fabricar una magnífica del árbol sagrado genené, en la cual se fue por el Atrato abajo, acompañado de sus cinco hijos, a presentar pelea a los

Cunas; los venció sin dificultad y con rico botín remontó de nuevo el río hasta sus nacederos. Un mes más tarde, Sever y sus hijos, bien equipados, emprendieron nueva expedición guerrera contra los cunas y bajando por el Atrato, alcanzaron a ver no menos de veinte canoas de los cunas que subían por el gran río. Entablada la lucha, salieron vencedores Sever y sus hijos, y en la misteriosa canoa se restituyeron como por ensalmo a su bohío. En la expedición siguiente se encontraron con los cunas, que subían a bordo de veinticinco canoas. Esta vez los cunas pudieron ufanarse de haber dado muerte al tercer hijo de Sever, de nombre Chiano, a quien su padre mandó atisbar a los enemigos a un cañaflechazo, en donde estaban escondidos, preparando una escaramuza. Mucho sintió Sever la pérdida del hijo, y en un arrebato de cólera, incendió el cañaflechal y obligó a los cunas a salir a las playas del Atrato, donde fueron aniquilados. Sever arrancó todos los dientes a los cunas, los ensartó en una pita, y los colgó alrededor de su bohío. Cuando aquellos dientes por sí solos se movían y sonaban, como diminutas campanillas, era señal de que Sever y los suyos vencerían en nueva asonada a los cunas.
Salió Emágay, hijo menor de Sever, a cazar a las márgenes del Atrato. Reconociéronle los cunas y le persiguieron a flechazos, hiriéndole en el costado. Emágay arrancó al instante la flecha envenenada y corrió a casa, pero fatigado en el camino, se refugió entre las raíces de un árbol llamado comba, donde le alcanzaron los cunas. Hubo entonces dos opiniones sobre lo que había de hacer de Emágay: unos decían que eran necesario acabar con él; otros eran del sentir que debían reservarlo como rehén. Esta segunda opinión prevaleció.
Sever, preocupado por la tardanza de su hijo, salió a buscarlo y halló rastros de sangre. Sospechó que los cunas se habrían ensañado en su hijo, y dándolo por cierto, juró vengarle con las más terribles represalias.
Presentóse Sever armado en el poblado de los cunas, donde supo que se hallaba Emágay prisionero. Aprovechándose de la noche que para Sever era como el día, incendió quince bohíos. Los cunas, según iba el incendio apoderándose de sus casas pajizas, se retiraban como Emágay. El capitán de los cunas era partidario de sacrificar allí mismo al prisionero en venganza contra el osado Sever, pero el pueblo no se lo permitió. Cada cuatro días se repetían los altercados entre el capitán y el pueblo, acerca de Emágay. Harto veía el cautivo los esfuerzos del caudillo cuna por perderle. Calculando la cólera y el despecho del capitán, Emágay resueltamente le desafió, y ambos contendientes se aprestaron para el duelo a muerto. Nunca en ello conviniera el caudillo de los cunas, de haber sabido que Sever y sus hijos fueron amaestrados en el mundo del arco por el propio Caragabí. Con la rapidez del rayo la flecha que Emágay puso en el arco, atravesó al guerrero cuna, el cual se desplomó inerte para no despertarse más.
El agilísimo Emágay, aprovechando el espanto y desconcierto de los cunas por la muerte de su capitán, huyó de en medio de ellos y emprendió el regreso a su casa. Verdad es que salieron en su persecución, pero Emágay hurtaba el cuerpo a todas las flechas enemigas y, al llegar la noche se desquitaba sobradamente el fugitivo, pues que para él era la noche lo mismo que el día, al paso que los cunas hubieron de renunciar a la empresa de darle alcance.
Al llegar Emágay a la casa paterna, Sever y sus hijos celebraron en su honor una fiesta familiar y ritual, con inusitada pompa y fiesta, por que ya habían perdido toda esperanza de verle vivo.

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