Los Yanomami son un grupo lingüístico-cultural integrado por varios subgrupos, con rasgos socioeconómicos similares y lenguas emparentadas, que se encuentran repartidos entre Venezuela y Brasil. De dichos grupos se localizan en Venezuela los Yanomami y los Sanema-Yanoama. Ellos se autodenominan Yanomami. Este mito fue tomado y adaptado de la página web Babab:
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Antiguamente era uno solo el yanomamo que poseía el fuego: Iwa-riwë. Era alto y caminaba desgarbado. Era tan celoso de su fuego que lo guardaba escondido debajo de la lengua.
Iwa-riwë era el más malo de los yanomamos. Era malo porque era mezquino: a nadie cedía ni siquiera una llamita de su fuego. Los otros yanomamos regresaban de cacería y le pedían a Iwa-riwë un poquito de fuego para asar la carne. ¡Nada! Tenían que lavarla bien, frotarla sobre una piedra, exprimirle toda la sangre y, luego, se la comían cruda.
Llegaban las lluvias y hacía frío. Iwa-riwë escupía una parte de su fuego, encendía el fogón, cocinaba sus alimentos y se calentaba de lo lindo. Cuando quería, con las manos apagaba el fuego. A los otros yanomamos no los dejaba siquiera acercarse a su fogón.
Iwa-riwë no tenía amigos. Los hombres mezquinos no pueden tenerlos. Los yanomamos, resignados desde hacía tiempo, ya nada esperaban de él. Estaban cansados de pedirle un poquito de fuego y de que él se lo negara siempre.
Pero había un hombre pequeño, charlatán, y muy avispado, que no se rendía. Se llamaba Yorekitiramï. Iwa-riwë lo rechazaba; pero él seguía rondando junto al chinchorro del dueño del fuego. Le hablaba mucho y lo hacía reír con sus morisquetas. Cuando Iwa-riwë se movía, Yorekitiramï no lo perdía de vista.
Con las lluvias, de noche, hacía mucho frío. Había muchos yanomamos resfriados que tosían. Con el fuego de Iwa-riwë se habrían podido calentar. Eso hubiera bastado para curarlos. Pero el dueño del fuego seguía terco. Le negaba su fuego también a los enfermos. En fin, se burlaba de todos.
Entonces, muchos yanomamos cayeron gravemente enfermos Hasta a Iwa-riwë le dio gripe y cayó enfermo.
Era una mañana de densa neblina. Iwa-riwë se levantó con un gran dolor de cabeza, pero tenía sueño: la gripe no lo había dejado dormir. Volvió a acostarse como todos los demás. Nadie iba al conuco. Nadie salía a cazar.
Todos estaban enfermos. Desesperados, algunos se acercaron a Iwa-riwë y le suplicaron:
—Somos tus parientes. Danos un poco de fuego, que nos vamos a morir.Todo fue inútil. Pero Yorekitiramï seguía cerca del chinchorro de Iwa-riwë, alerta como nunca. El dueño del fuego dormitaba, cuando, de pronto, estornudó:
—¡Atchún!— El fuego había saltado fuera de su boca. Iwa-riwë, aturdido por la fiebre, no sabía qué estaba pasando. Cuando se dio cuenta de lo sucedido, Yorekitiramï ya tenía el fuego entre sus manos y corría lejos, saltando loco de contento.
Iwa-riwë había perdido el fuego. Entonces, se enfureció y huyó lejos del xapono. No quería ver más a los yanomamos. Temía su venganza. Desesperado, se zambulló en las aguas del río y se transformó en babilla.
Yorekitiramï volvió al xapono y distribuyó el fuego entre todos los yanomamos.
Cuando vio que todos tenían su fogón prendido, se puso más contento todavía y dio un salto tan alto que fue a parar a las ramas de un árbol. Allí y, poco a poco, en todos los árboles de la selva, fue dejando una chispita de fuego. Por eso la madera se quema. En la planta del cacao puso más; por eso es el árbol que sirve para prender el fuego. Yendo de árbol en árbol, él se transformó en un pájaro negro de pico rojo, como el fuego.Cuando Iwa-riwë escupió el fuego, Pre-yoma, una mujer que estaba allí, de la tribu, al ver el fuego en manos de todos, chilló horrorizada y dijo:
—Ese fuego que ustedes tanto querían y que Yorekitiramï le sacó a Iwa-riwë, los hará sufrir. Debían dejarlo tranquilo en la boca de su dueño y habrían sido felices. En cambio, han sacado algo eterno que los hará sufrir siempre: todos ustedes y todos los descendientes de ustedes se quemarán con el fuego, haciendo referencia a la cremación ritual de cadáveres. Yo no quiero ser quemada. Yo viviré feliz sin fuego. Nunca el fuego tocará mi cuerpo.
Eso dijo la mujer y fue a tirarse al agua de un caño. Allí quedó transformada en un sapito de color anaranjado" .
Iwa-riwë era el más malo de los yanomamos. Era malo porque era mezquino: a nadie cedía ni siquiera una llamita de su fuego. Los otros yanomamos regresaban de cacería y le pedían a Iwa-riwë un poquito de fuego para asar la carne. ¡Nada! Tenían que lavarla bien, frotarla sobre una piedra, exprimirle toda la sangre y, luego, se la comían cruda.
Llegaban las lluvias y hacía frío. Iwa-riwë escupía una parte de su fuego, encendía el fogón, cocinaba sus alimentos y se calentaba de lo lindo. Cuando quería, con las manos apagaba el fuego. A los otros yanomamos no los dejaba siquiera acercarse a su fogón.
Iwa-riwë no tenía amigos. Los hombres mezquinos no pueden tenerlos. Los yanomamos, resignados desde hacía tiempo, ya nada esperaban de él. Estaban cansados de pedirle un poquito de fuego y de que él se lo negara siempre.
Pero había un hombre pequeño, charlatán, y muy avispado, que no se rendía. Se llamaba Yorekitiramï. Iwa-riwë lo rechazaba; pero él seguía rondando junto al chinchorro del dueño del fuego. Le hablaba mucho y lo hacía reír con sus morisquetas. Cuando Iwa-riwë se movía, Yorekitiramï no lo perdía de vista.
Con las lluvias, de noche, hacía mucho frío. Había muchos yanomamos resfriados que tosían. Con el fuego de Iwa-riwë se habrían podido calentar. Eso hubiera bastado para curarlos. Pero el dueño del fuego seguía terco. Le negaba su fuego también a los enfermos. En fin, se burlaba de todos.
Entonces, muchos yanomamos cayeron gravemente enfermos Hasta a Iwa-riwë le dio gripe y cayó enfermo.
Era una mañana de densa neblina. Iwa-riwë se levantó con un gran dolor de cabeza, pero tenía sueño: la gripe no lo había dejado dormir. Volvió a acostarse como todos los demás. Nadie iba al conuco. Nadie salía a cazar.
Todos estaban enfermos. Desesperados, algunos se acercaron a Iwa-riwë y le suplicaron:
—Somos tus parientes. Danos un poco de fuego, que nos vamos a morir.Todo fue inútil. Pero Yorekitiramï seguía cerca del chinchorro de Iwa-riwë, alerta como nunca. El dueño del fuego dormitaba, cuando, de pronto, estornudó:
—¡Atchún!— El fuego había saltado fuera de su boca. Iwa-riwë, aturdido por la fiebre, no sabía qué estaba pasando. Cuando se dio cuenta de lo sucedido, Yorekitiramï ya tenía el fuego entre sus manos y corría lejos, saltando loco de contento.
Iwa-riwë había perdido el fuego. Entonces, se enfureció y huyó lejos del xapono. No quería ver más a los yanomamos. Temía su venganza. Desesperado, se zambulló en las aguas del río y se transformó en babilla.
Yorekitiramï volvió al xapono y distribuyó el fuego entre todos los yanomamos.
Cuando vio que todos tenían su fogón prendido, se puso más contento todavía y dio un salto tan alto que fue a parar a las ramas de un árbol. Allí y, poco a poco, en todos los árboles de la selva, fue dejando una chispita de fuego. Por eso la madera se quema. En la planta del cacao puso más; por eso es el árbol que sirve para prender el fuego. Yendo de árbol en árbol, él se transformó en un pájaro negro de pico rojo, como el fuego.Cuando Iwa-riwë escupió el fuego, Pre-yoma, una mujer que estaba allí, de la tribu, al ver el fuego en manos de todos, chilló horrorizada y dijo:
—Ese fuego que ustedes tanto querían y que Yorekitiramï le sacó a Iwa-riwë, los hará sufrir. Debían dejarlo tranquilo en la boca de su dueño y habrían sido felices. En cambio, han sacado algo eterno que los hará sufrir siempre: todos ustedes y todos los descendientes de ustedes se quemarán con el fuego, haciendo referencia a la cremación ritual de cadáveres. Yo no quiero ser quemada. Yo viviré feliz sin fuego. Nunca el fuego tocará mi cuerpo.
Eso dijo la mujer y fue a tirarse al agua de un caño. Allí quedó transformada en un sapito de color anaranjado" .
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