Los Chibchas o Muiscas, son un pueblo amerindio perteneciente a la familia lingüística chibcha que habitaron las riberas del río Magdalena, cerca de Bogotá, Colombia. En el pasado ocupaban parte de la actual Panamá y los altiplanos de la cordillera Oriental de Colombia. El siguiente mito sobre Nemqueteba fue tomado del libro Colombia: Mitos y Leyendas del autor Luis María Sánchez. La historia cuenta lo siguiente:
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Muchos años después de que Bachué diera origen a la raza humana, apareció por el oriente de la altiplanicie donde moraban los chibchas un anciano montado en un desconocido animal.
El extraño personaje infundía respeto y era a todas luces venerable; tenía largos y abundantes cabellos y su barba, extraordinariamente blanca, llegaba soberana e imponente hasta su cintura; un manto blanco, recogido elegantemente por sus puntas en el hombro izquierdo, le servía de vestido; sus pies estaban descalzos.
El pueblo chibcha era hasta entonces ignorante y el benévolo anciano venía con la misión de instruirlo: los enseñó a cultivar la tierra, a tejer y colorear mantas, a elaborar hermosos objetos de barro, inclusive ollas y cántaros para cocer los alimentos, a trabajar el oro y hacer obras preciosas que sirvieran como adorno y sobre todo, los enseñó a vivir en armonía y a establecer la diferencia habida entre el bien y el mal. Las virtudes fueron practicadas con su ejemplo y la vida espiritual germinó con sus enseñanzas.
Los jefes supieron cómo gobernar y manejar a los suyos y éstos, cómo rendir culto al dios sol; en una palabra, los chibchas aprendieron del patriarca Nemqueteba todas las leyes: espirituales, gubernamentales, de armonía y de trabajo.
Todas las regiones fueron visitadas por él y a todas fue seguido por una multitud que se extasiaba aprendiendo sus enseñanzas.
Un día el virtuoso anciano desapareció sin dejar la más insignificante de las huellas: Nemqueteba sabía que debía ir a otros lugares lejanos a continuar sus pláticas y sus prédicas.
Muchos años después de que Bachué diera origen a la raza humana, apareció por el oriente de la altiplanicie donde moraban los chibchas un anciano montado en un desconocido animal.
El extraño personaje infundía respeto y era a todas luces venerable; tenía largos y abundantes cabellos y su barba, extraordinariamente blanca, llegaba soberana e imponente hasta su cintura; un manto blanco, recogido elegantemente por sus puntas en el hombro izquierdo, le servía de vestido; sus pies estaban descalzos.
El pueblo chibcha era hasta entonces ignorante y el benévolo anciano venía con la misión de instruirlo: los enseñó a cultivar la tierra, a tejer y colorear mantas, a elaborar hermosos objetos de barro, inclusive ollas y cántaros para cocer los alimentos, a trabajar el oro y hacer obras preciosas que sirvieran como adorno y sobre todo, los enseñó a vivir en armonía y a establecer la diferencia habida entre el bien y el mal. Las virtudes fueron practicadas con su ejemplo y la vida espiritual germinó con sus enseñanzas.
Los jefes supieron cómo gobernar y manejar a los suyos y éstos, cómo rendir culto al dios sol; en una palabra, los chibchas aprendieron del patriarca Nemqueteba todas las leyes: espirituales, gubernamentales, de armonía y de trabajo.
Todas las regiones fueron visitadas por él y a todas fue seguido por una multitud que se extasiaba aprendiendo sus enseñanzas.
Un día el virtuoso anciano desapareció sin dejar la más insignificante de las huellas: Nemqueteba sabía que debía ir a otros lugares lejanos a continuar sus pláticas y sus prédicas.
Una honda tristeza se apoderó de los chibchas al no volver a ver al protector y al maestro venerado, y al descubrir con el tiempo, la huella de uno de sus pies grabada en una roca, dieron al camino por donde creyeron que había marchado el nombre de Sugamuxi -el desaparecido.
Los chibchas lloraron su ausencia definitiva, rindiéronle tributos y ofreciéronle sacrificios y, al lado de Bachué y de Bochica, lo entronizaron como dios. Por algo habían recordado que en una de sus pláticas les anunció su partida, así como su regreso para consolarlos y enseñarles algo nuevo.
Los chibchas lloraron su ausencia definitiva, rindiéronle tributos y ofreciéronle sacrificios y, al lado de Bachué y de Bochica, lo entronizaron como dios. Por algo habían recordado que en una de sus pláticas les anunció su partida, así como su regreso para consolarlos y enseñarles algo nuevo.
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