jueves, 25 de marzo de 2010

Paraguay – Mito Guaraní – Leyenda del mate

Los Guaranis son los primos de los Tupis y viven en Paraguay. Su rica cultura fue tan fuerte, que hoy, más del 90% de la población paraguaya habla su lengua. La experiencia jesuítica de crear una república comunista cristiana guarani (1610 a 1768) amenazó las dos más ricas coronas de Europa en la época y dejó marcas profundas en la historia de la organización social y de la planificación urbana. Este hecho fue también la principal causa de la expulsión de los jesuitas de Brasil (1759) y de su extinción en el mundo 1773). Los hábitos guaraníes, a pesar de la represión ibérica, se esparcieron por el mundo. Uno de ellos, el de beber hierba mate, tiene sus orígenes retratados en este cuento. Caá es término tupi-guaraní para la hierba mate, pero en Brasil, a veces se usan las congonhas (del pantano-Echinodermus Pubescens, del gentío-Rudgea Viburnoides, del sertão-Villaresia Congonha ), cuya infusión tiene efectos medicinales destacados.

Esta leyenda del mate nos fue ofrecida por Heitor Luiz Murat, basado en una versión elaborada a partir de testimonios de cuenteros de Paraguay, pero anota que existen ocurrencias de esta historia junto a causeros en Rio Grande do Sul, Uruguay y Mato Grosso do Sul atribuyéndole un efecto brochante (anti-afrodisiaco). Presentamos la traducción al castellano hecha por Juan Carlos Alonso, seguida por la versión original del autor.
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La india guaraní Iaraci era amante, a escondidas de la tribu, de un hombre que la visitaba todas las noches y la llenaba de amor por horas y horas sin fin.
Pero, a pesar de juguetear todas las noches con su amante, sufría de enorme soledad durante el día, pues no tenía ojos para hombre alguno de la tribu, por más fuerte que fuera. Y con eso iba alejándose de la convivencia con los suyos.
Cansada de esa situación, ella resolvió hablar con el amante, que se decía llamar hombre de la luna-Iaci, y le pidió que se casara con ella y ya no huyera al nacer el sol. Pero qué! El salvaje macota, desconversó de aquí, escapó de allí y acabó zafándose...
Ahí tiene mujer! Pensó Iaraci. Y resolvió descubrir dónde es que él iba y lo que hacía en esa vida de Tupã.
Allá una bella noche, en que su amante entró en la maroca, ya encontró un fuego en el piso y un brasero ardiendo. En forma disfrazada ella comenzó a preparar una infusión de una hierba-caá (mate) que le había sido dada por el chamán.
Iaci quedó intrigado y curioso y mordió el cebo, pidiéndole que la dejara sorber unos sorbos de la bebida que era hecha de congoña, antes de que comiencen a meter.
Iaraci no regateó. Le dio una calabaza llena del líquido, que él bebió de una sóla vez.
Pero no dio otra cosa. Pasó un rato y el indio se quedó todo mole, que ya no prestaba p’a nada, sólo p’a dormir.
Cuando él estaba adormecido, Iaraci lo pintó todo de urucum, para que ella pudiera seguirlo y reconocerlo cuando fuera hacia su casa. Hecho eso, cansada, ella se durmió.
Allá por las tantas, Iaci se despertó con sed, de tanto calor que hacía. Su sudor había hecho escurrir toda la tinta de urucum que había en su cuerpo. Esa vez él tomó fue un tereré (mate frío), bien frío del rocío y de la brisa de la noche...
Esos sorbos lo revigorizaron y él volvió a hacer el amor con Iaci, aún estando ella adormecida.
La icamiaba se despertó asustada con el ataque de Iaci. Y en el lusco-fusco de la maroca, es que notó que su piel no estaba más roja de urucum. Para conseguir aún seguir su plan original, de marcar el cuerpo de Iaci para poder seguirlo de día, ella sólo tuvo tiempo de meter los dedos en el carbón, ensuciada de negro y pasarlos suavemente por el rostro blanco y blando del indio.
Pero la farra no paró ahí. Hicieron el amor hasta casi el amanecer y como siempre, Iaci, saciado, la dejó y escapó por el bosque antes de nacer el sol. Esa vez, sin embargo, ella estaba despierta. Siguió su rastro para ver dónde era su morada.
Durante todo el día, Iaraci siguió su trilla. Era fácil, parecía un camino de plata.
Por fin, cuando cayó la noche, ella vio la casa de Iaci y su rostro también, aún todo marcado por sus dedos sucios de carbón y de la tintura de la hierba mate. Iaci era nada más y nada menos que la propia luna. Desde entonces, la luna tiene esas manchas negras en la faz. Fue obra de Iaraci, con ayuda de la hierba mate.