Este blog desea servir de vehículo de encuentro y de divulgación de los mitos latinoamericanos, para contribuir a que los antiguos personajes y situaciones simbólicas arquetípicas se contacten de nuevo con nuestras conciencias, despertando esa antigua habilidad que tenían nuestros antepasados de leerlas intuitivamente y de servirse de ellas como alimento espiritual. Para contextualizar el tema recomendamos iniciar con las lecturas de Pueblos indígenas en Latinoamérica, Pueblos indígenas en Colombia, Sentir Indígena, Definición de Mito,Consecuencias de olvidar los mitos, Mitos en Latinoamérica, Formas del Mito y Mitos de Creación. En estos últimos se desea hacer un especial énfasis.


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jueves, 1 de enero de 2009

Venezuela - Mito Yanomami - Origen de las mujeres

Los Yanomami son un grupo lingüístico-cultural integrado por varios subgrupos, con rasgos socioeconómicos similares y lenguas emparentadas, que se encuentran repartidos entre Venezuela y Brasil. De dichos grupos se localizan en Venezuela los Yanomami y los Sanema-Yanoama. Ellos se autodenominan Yanomami. Este mito fue tomado y adaptado de la página web Babab:
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En aquel tiempo antiguo vivían los Yanomami. Todos eran hijos y nietos de la sangre de Peribo-riwë. Así era Omawë, el que nos ha enseñado muchas cosas a los yanomamos. Era hijo de Poapoama. Poapoama era hija de Kohararo-riwë y de Mamokori-yoma. Kohararo-riwë y Heïmi-riwë eran los jefes de aquella gente. Omawë era, pues, nieto de Mamokori-yoma.
También Ira en aquel tiempo era gente; él también era nieto de Mamokori-yoma. Cuando Omawë estaba todavía en el vientre de su madre, Ira se comió a Poapoama; pero el feto que llevaba dentro no se lo comió. Lo agarró entre sus manos. Hacía kari, kari, ruido de huesos. Así se lo llevó a Mamokori-yoma y se lo dio. La vieja lo agarró, lo metió en una olla, lo tapó con una cesta para que nadie lo viera. En esa olla lo fue criando. Omawë creció ligero. Pronto llegó a ser hombre.
Omawë tenía otros dos hermanos. El mayor se llamaba Yoawë. A aquella gente de entonces le gustaba mucho el pescado. Un día Yoawë salió a pescar y allí vio a varias hermosas muchachas que se estaban bañando.
Cuando regresó estaba bravo. Omawë estaba enyopado, cantando; le preguntó y se rió de él:
—Yoawë, ¿por qué estás bravo?
Lo llamaba con su nombre para que los napë aprendieran a llamar a los hijos por su nombre ¿Será que estás bravo porque no pescaste nada?.
—¡Cállate la boca! Estoy bravo porque mientras estaba pescando vi unas muchachas bellísimas, de cabellos largos, que salieron del agua y se quedaron mirándome. Entonces yo jalé mi pescado, pero se cayó junto a ellas y no fui capaz de ir a buscarlo.
—¿Por qué no copulaste con ellas?— le dijo Omawë —¿Solo por eso viniste bravo? No supiste aprovecharte de las muchachas...


Al día siguiente Omawë quiso ir con Yoawë a aquel mismo caño para ver si salían aquellas mujeres bonitas. Omawë quería traerlas: una para cada uno. Llegaron. Se sentaron en la orilla. Una mujer no se hizo esperar: salió del agua. Era bonita, de cabellos larguísimos. Pero una sola. Omawë quedó enamorado. Sin más la agarró en el agua y se la trajo a su casa.
—Así tenías que haber hecho tú— le dijo a Yoawë —Tú sólo fuiste a mirarla. Ahora sí tengo una mujer bonita.
Esa mujer era hija de Rahara-riwë y se llamaba Kamanae-yoma. Un día, Omawë llevó a su mujer a su conuco, se paró frente a una ceiba y, diciendo a su mujer que aquél árbol era yuca, a pesar de que ella sabía que la estaba engañando, la hizo sacar una raíz enorme, se la hizo rallar y hasta hacer con ella casabe. Omawë lo comió, ella no. Era muy duro; tenía un sabor muy malo.
Rahara-riwë había quedado bravo con Omawë porque le había robado la hija y quería vengarse. Por otra parte, su hija Kamanae-yoma no estaba contenta de vivir con Omawë. Estaba cansada de ver a su marido comiendo casabe de ceiba. De esa mujer Omawë tuvo una hija bellísima. Creció ligero.
Cuando Omawë estaba de wayumï, se le presentó el mujeriego de Yarimi-riwë y, llorando, le pidió a su hija. Omawë, como era bueno, se la dió. Cuando Yarimi-riwë fue a copular con su nueva mujer, la vulva de ella le mordió el pene porque Kamanae-yoma se había metido adentro una piraña hambreada. El hombre, loco de dolor, se encaramó a un árbol y quedó convertido en mono blanco.
Kamanae-yoma estaba cansada de rallar ceiba y un día le dijo a su marido:
—Ustedes comen pura raíz de ceiba. Esto no es casabe. Vamos a casa de mi papá para que conozcan la verdadera yuca— Omawë aceptó y se encaminaron a casa de Rahara-riwë él, su esposa y su hermano.
Raharariwe, un día, invitó a Omawe, a su hija y a Yoawe a su cocuyo para que vieran las matas de yuca que en él cultivaba y que eran muy apreciadas en todas las regiones cercanas. Llegaron. Rahara-riwë no les dio de comer. Al otro día, Kamanae-yoma le dijo a su padre:
—Papá, yo voy a pasear a mi marido y a su hermano por tu conuco para que vean las matas que tú cultivas—. Mientras ellos iban al conuco, él se enyopó. Tomó mucho yopo. Como tenía gran poder sobre el agua, hizo que la laguna creciera, creciera hasta desbordarse. Todavía hoy es Rahara, la serpiente-arcoiris, quien hace crecer los ríos. Mientras tanto, en el conuco Kamane-yoma mostraba la yuca dulce y la yuca amarga a su esposo. Omawë estaba asombrado. Pero en eso se le fue la mirada hacia la orilla del conuco y vio que venía agua, agua, mucha agua. Al llegar al cocuyo, Kamanae-yoma sabía quién estaba mandando el agua. Agarró a Omawë por un brazo y le dijo:
—¡Vámonos! ¡Salvémonos!
Corrieron a la casa de Rahara-riwë. Entraron. Pero el agua venía inundando, rápidamente, todo. Iba entrando también en la casa. Entonces, sin que Omawë y Yoawë se dieran cuenta, Rahara-riwë se salió de su casa e hizo salir a su hija y tapó la salida. Los hermanos nadaban, ellos sabían nadar, pero lloraban desesperados. Tenían miedo de morir ahogados. Rahara-riwë los miraba por las rendijas, riéndose, sin compasión; cuando el agua llegó al techo, hizo un boquete y miró adentro. Ya no veía a Omawë ni a Yoawë. Pensó que seguramente se habían ahogado.
Pero, como también tenían poderes, se habían transformado en grillos kirikirimi y se habían escondido en un pedacito de techo. Rahara-riwë, creyéndoles muertos, hizo que el agua bajara, sólo un poco. Quedó pasmado al ver que en el medio de la casa estaban Omawë y Yoawë, parados, mirándolo como gente. Entonces volvió a hacer crecer el agua y los hermanos volvieron a transformarse en grillos y así varias veces. Ahora era Omawë el que estaba bravísimo. Se fueron. Rahara-riwë no les había dado ni una yuquita.
Llegaron a su xapono. Allí los dos hermanos dijeron: -Vamos a vengarnos-. Al día siguiente se soplaron mucho yopo. Querían convertirse en hékura que vuelan, para ir a castigar a Rahara-riwë. Subieron al cielo e hicieron himou para pedirle al Motoka-riwë, espíritu del Sol, para que él hiciera secar toda el agua de la tierra. Era la primera vez que los yanomamos subían al cielo. Nadie antes había tenido ese poder. Nadie había descubierto el camino que lleva a Motoka-riwë. En aquel tiempo llovía todos los días.
Bajaron. Muy pronto vino el verano, bravo, caliente, y se secó también la laguna donde vivía Motoka-riwë. Tenía sed su gente; lloraban. Todo el mundo tenía sed. Él tenía todo el cuero arrugado de tanta sed que sufría. Pero también los hijos de Omawë y de Yoawë sentían sed y lloraban. También sus mujeres lloraban pidiendo agua. Omawë regañaba a su esposa diciendo:
—Mira, yo iba a dejar a tu padre que se muriera de sed, porque él quiso que yo me ahogara. Pero ahora, por mi hijo, voy a sacar agua de abajo; así podrá beber tu hijo, tú y tu padre.
Entonces Omawë se fue con su familia hacia las cabeceras del Xukumïna-këu. Allá se acostó en el suelo, por aquí, por allá, para escuchar si había agua debajo, por donde corría el agua bajo tierra. Donde oyó que había más y sonaba muy cerca, cogió su xirimo y lo clavó en el suelo. Cuando sacó el xirimo, el agua salió enseguida. Salía, salía...
—Ven a beber—, le dijo Omawë a su hijo, —para que no llores más.
Bebió su hijo, bebieron todos y Omawë volvió a tapar el hueco.
Lejos de allí, en ese momento, Rahara-riwë estaba bebiendo su orina, muerto de sed. Lloraba, lloraba con su gente. Entonces Omawë le mandó a Kamanae-yoma para que lo llamara. Vino. Omawë abrió de nuevo el hueco y Rahara-riwë pudo beber. Cuando terminó de beber, el chorro salió más fuerte. Había agua que llegaba hasta el cielo y allá se quedaba. Esa agua es la que cae ahora cuando llueve . La otra agua iba saliendo e inundando todo alrededor, cerca, lejos, toda la tierra. El agua se iba y volvía. Cuando volvía, gritaba:
—Naiki, naiki! Por eso el agua tragaba gente, comía a los yanomamos. De los huesos de esa gente comida se formaban peces. Casi todos se murieron. Pero unos cuantos yanomamos echaron a correr, y llegaron a la cumbre de un cerro que se llama Mayo-kekï.
Pero el agua seguía su curso y se formaron los ríos y las lagunas. El agua subía detrás de ellos; ya iba alcanzando aquella cumbre; gritaba:
—Naiki, naiki!—. Allá los xapori brujeaban. Pero el agua subía. Entonces uno de ellos dijo:
—Tirémosle una vieja para quitarle el hambre—. Aquellos yanomamos agarraron a una vieja que estaba con ellos y la zumbaron al agua. La vieja desapareció. El motu-këu la había devorado. Por eso en seguida el agua fue bajando, bajando. Llegó a verse solo lejos, lejos, dejano todo seco, hasta donde no pudo bajar más. Allá es donde los napë llaman "mar". Aquí sólo quedaron ríos grandes por donde bajaba el agua que salía de la tierra. Y quedó una laguna, Akrawa, donde se puso a vivir Rahara-riwë.
Entonces Omawë se fue con su familia caminando. Recogía los peces muertos y los comía. Donde echaba las espinas, se formaban caños, ríos. Por ahí iba, inventando cosas. Como ahora ya no le gustaba la primera mujer, fue adonde estaban los yanomamos que se habían salvado y le robó la hija a Maroha-riwë. Esta era muy bonita, se llamaba Hauyakari-yoma. Con ella y con su gente Omawë volvió a las cabeceras del Xukumïna-këu. Allí hizo xapono y vivió algún tiempo. También hizo reahu y convidó a los demás yanomamos vecinos. Como por allá había mucho cunurí, mandó que recogieran muchos mapires. Así enseñó que se podía hacer reahu también de otra cosa que no fueran los plátanos.
En aquel reahu, mientras estaba haciendo hauhaumou, su hijo, un niño que se llamaba Horeto-riwë, cuando jugaba con otros niños oyó el canto del pájaro siekekemi. Se asustó, se asustaron todos, llamó a Yoawë y huyeron. Los yanomamos que se fueron hacia arriba, en otra dirección, son la gente que ahora llamamos Waika.
Omawë fue caminando con su familia por la orilla del Xukumïna-këu, bajando, bajando. Por la tarde hacían sus refugios, comían cunurí y dormían. Los refugios que dejaban atrás con el tiempo se convirtieron en peñas. Todavía ahora se ven esa peñas. Por ese camino, Omawë flechó una danta y también ella se convirtió en piedra. Allá está como recuerdo. Caminando, Omawë echaba semillas de cunurí y, donde caían, iban retoñando para que las recogieran después los yanomamos. Cuando él comía cunurí, se le caían boronas; estas se transformaban en abru, esos bichitos que comen excrementos. Omawë siguió lejos, durmiendo muchas noches, pasando muchas lunas. Allá lejos se quedó con su familia y, de su gente, se formaron los napë. Los hijos aprendieron a hacer machetes, hachas, ollas, tela... Si no fuera por Omawë, hoy los napë no existirían. Nosotros, los yanomamos, descendemos de aquellos que se salvaron en el cerro Mayo-kekï.

Venezuela - Mito Yanomami - Origen de la luna

Los Yanomami son un grupo lingüístico-cultural integrado por varios subgrupos, con rasgos socioeconómicos similares y lenguas emparentadas, que se encuentran repartidos entre Venezuela y Brasil. De dichos grupos se localizan en Venezuela los Yanomami y los Sanema-Yanoama. Ellos se autodenominan Yanomami. Este mito fue tomado y adaptado de la página web Babab:
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Todos los yanomamos, somos sangre de Peribo. Peribo-riwë vivía en este mundo junto con su hija y con su yerno Amoawë. La hija se llamaba Purima-yoma. Pero esa hija le tenía mucho miedo al esposo. Ella no quería tener esposo; quería tener a ese hombre solo como hermano. A Peribo-riwë no le gustaba eso; le daba rabia, le daba vergüenza.
Un día invitó a su hija y a su nieto y se fueron al monte, lejos del xapono. Allá agarró a su hija y la estranguló. Después le dijo a su nieto que con un atari le sacara los ovarios. El nieto obedeció: los sacó y se los dió a Peribo-riwë, quien los embojotó en unas hojas. Esto hizo para enseñarnos como se embojota la cacería para asarla. Con el bojote volvieron al xapono. Padre e hija discutieron a causa de Amoawe y tan acalorada resultó la pelea que de resultas de un golpe de su padre, Purimayoma cayó al suelo y quedó inconsciente, esparciéndose por el suelo unos granos de maíz que llevaba en una cesta de mimbre. Periboriwe, muy asustado creyéndola muerta, salió corriendo con su nieto, al que obligó a recoger los granos desparramados envolviéndolos en unas hojas. Al llegar a su casa, hizo que el nieto los cocinara e hiciera una pasta que luego se comió.
La hija no había muerto. Después que se fue su padre, volvió en sí y se transformó en cocuyo. En el xapono Peribo-riwë asó el bojote y se sentó a comer los ovarios de la hija. Después de haber comido el guiso que le cocinó el nieto. Pero cuando terminó se sintió muy raro. Enseguida el cuerpo se le fue poniendo caliente y, como loco, comenzó a pasearse por el xapono, por aquí, por allá, soplándose aire con un xohema. Estaba inquieto y gritaba por el ardor que sentía. Después se fue al patio, caminando, y allí comenzó a subir por los aires. Los no-patabï se reían de él. Peribo-riwë seguía subiendo. Ahora ya no se abanicaba. Los niños, creyendo que era un juego, le tiraban palitos. Los demás se reían; pensaban que iba a bajar de nuevo, que sólo estaba dando demostración de sus poderes.
Pero Peribo-riwë ya iba alto. Entonces los hombres comenzaron a juntarse en el patio; apuntaron con sus arcos y lo flechaban. Él seguía subiendo, dando vueltas. También lo flechaba Pokoïhïbëma-riwë, pero no podía acertarlo. Los Atamari también vinieron a flecharlo, pero tampoco acertaron.

Suhirina-riwë seguía acostado, tranquilo, mirando para arriba. No se apuraba. Estaba acostado como un waiteri. Los viejos ya estaban comentando:
-¿Por qué no lo flecharon cuando estaba bajito? Ahora ya está muy alto. Peribo-riwë se escapó. Nadie más lo va a agarrar. En eso, Suhirina-riwë se bajó del chinchorro, cogió su arco y sus flechas, se puso a mirar hacia arriba y dijo:
—Asiëëënnn, ¿Por qué no le tiraron cuando estaba bajito? Ahora está muy alto. Entonces jaló la cuerda del arco. La encontró floja y la templó. Todo eso hizo para que nosotros aprendiéramos a templar nuestros arcos antes de disparar la flecha. Si no acertamos, es porque tenemos el arco flojo.

Después, apuntó con una flecha de punta rahaka. Peribo-riwë no se movía más; estaba acomodado en su sitio, en el cielo, y miraba para abajo. Suhirina-riwë soltó la flecha... Le había pegado en el pecho, allí donde tenía la tetilla. Todos gritaron.
En seguida, de la herida comenzaron a caer gotas de sangre. Cada gota que caía se transformaba en un yanomamo nuevo porque caían sobre el mismo cocuyo en que se había convertido Purimayoma, y ésta las hacía germinar. Peribo-riwë se fue quedando sin sangre, sin fuerza, jipato; así fue bajando poco a poco hacia el borde de la tierra. Allá se transformó en luna sobre un cerro alto que llaman Peribo-makï, lejos, lejísimo, y desde entonces alumbra por las noches con su luz blanca y mortecina donde ni siquiera los napë viven.
Allá viven los Yai. Así murió Peribo-riwë. El peribo de ahora no es el cuerpo de Peribo-riwë; es su no-porebï. Por eso es malo: se lleva el alma de los niños; estos fácilmente se mueren.
Ese mismo día, Suhirina-riwë y su familia se convirtieron en esos alacranes, que son pequeños pero pican duro; Pokoïhïbëma-riwë y su familia se transformaron en esos alacranes grandes (y negros, pero no venenosos) Los Atamari se fueron a vivir sobre los palos del monte y quedaron transformados en esos hongos cuyo nombre genérico es peribo. Los demás yanomamo de entonces se transformaron en zamuros y volaron a las matas cercanas; los que eran gente grande y buenos xapori se convirtieron en zamuros reales. Pero de la sangre de Peribo habían nacido solo hombres. No había mujeres. Por eso aquellos hombres tenían como mujer los huecos de los árboles y el ano de sus compañeros"

Venezuela - Mito Yanomami - Origen del fuego

Los Yanomami son un grupo lingüístico-cultural integrado por varios subgrupos, con rasgos socioeconómicos similares y lenguas emparentadas, que se encuentran repartidos entre Venezuela y Brasil. De dichos grupos se localizan en Venezuela los Yanomami y los Sanema-Yanoama. Ellos se autodenominan Yanomami. Este mito fue tomado y adaptado de la página web Babab:
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Antiguamente era uno solo el yanomamo que poseía el fuego: Iwa-riwë. Era alto y caminaba desgarbado. Era tan celoso de su fuego que lo guardaba escondido debajo de la lengua.
Iwa-riwë era el más malo de los yanomamos. Era malo porque era mezquino: a nadie cedía ni siquiera una llamita de su fuego. Los otros yanomamos regresaban de cacería y le pedían a Iwa-riwë un poquito de fuego para asar la carne. ¡Nada! Tenían que lavarla bien, frotarla sobre una piedra, exprimirle toda la sangre y, luego, se la comían cruda.
Llegaban las lluvias y hacía frío. Iwa-riwë escupía una parte de su fuego, encendía el fogón, cocinaba sus alimentos y se calentaba de lo lindo. Cuando quería, con las manos apagaba el fuego. A los otros yanomamos no los dejaba siquiera acercarse a su fogón.
Iwa-riwë no tenía amigos. Los hombres mezquinos no pueden tenerlos. Los yanomamos, resignados desde hacía tiempo, ya nada esperaban de él. Estaban cansados de pedirle un poquito de fuego y de que él se lo negara siempre.
Pero había un hombre pequeño, charlatán, y muy avispado, que no se rendía. Se llamaba Yorekitiramï. Iwa-riwë lo rechazaba; pero él seguía rondando junto al chinchorro del dueño del fuego. Le hablaba mucho y lo hacía reír con sus morisquetas. Cuando Iwa-riwë se movía, Yorekitiramï no lo perdía de vista.
Con las lluvias, de noche, hacía mucho frío. Había muchos yanomamos resfriados que tosían. Con el fuego de Iwa-riwë se habrían podido calentar. Eso hubiera bastado para curarlos. Pero el dueño del fuego seguía terco. Le negaba su fuego también a los enfermos. En fin, se burlaba de todos.
Entonces, muchos yanomamos cayeron gravemente enfermos Hasta a Iwa-riwë le dio gripe y cayó enfermo.
Era una mañana de densa neblina. Iwa-riwë se levantó con un gran dolor de cabeza, pero tenía sueño: la gripe no lo había dejado dormir. Volvió a acostarse como todos los demás. Nadie iba al conuco. Nadie salía a cazar.
Todos estaban enfermos. Desesperados, algunos se acercaron a Iwa-riwë y le suplicaron:
—Somos tus parientes. Danos un poco de fuego, que nos vamos a morir.Todo fue inútil. Pero Yorekitiramï seguía cerca del chinchorro de Iwa-riwë, alerta como nunca. El dueño del fuego dormitaba, cuando, de pronto, estornudó:
—¡Atchún!— El fuego había saltado fuera de su boca. Iwa-riwë, aturdido por la fiebre, no sabía qué estaba pasando. Cuando se dio cuenta de lo sucedido, Yorekitiramï ya tenía el fuego entre sus manos y corría lejos, saltando loco de contento.
Iwa-riwë había perdido el fuego. Entonces, se enfureció y huyó lejos del xapono. No quería ver más a los yanomamos. Temía su venganza. Desesperado, se zambulló en las aguas del río y se transformó en babilla.
Yorekitiramï volvió al xapono y distribuyó el fuego entre todos los yanomamos.
Cuando vio que todos tenían su fogón prendido, se puso más contento todavía y dio un salto tan alto que fue a parar a las ramas de un árbol. Allí y, poco a poco, en todos los árboles de la selva, fue dejando una chispita de fuego. Por eso la madera se quema. En la planta del cacao puso más; por eso es el árbol que sirve para prender el fuego. Yendo de árbol en árbol, él se transformó en un pájaro negro de pico rojo, como el fuego.Cuando Iwa-riwë escupió el fuego, Pre-yoma, una mujer que estaba allí, de la tribu, al ver el fuego en manos de todos, chilló horrorizada y dijo:
—Ese fuego que ustedes tanto querían y que Yorekitiramï le sacó a Iwa-riwë, los hará sufrir. Debían dejarlo tranquilo en la boca de su dueño y habrían sido felices. En cambio, han sacado algo eterno que los hará sufrir siempre: todos ustedes y todos los descendientes de ustedes se quemarán con el fuego, haciendo referencia a la cremación ritual de cadáveres. Yo no quiero ser quemada. Yo viviré feliz sin fuego. Nunca el fuego tocará mi cuerpo.
Eso dijo la mujer y fue a tirarse al agua de un caño. Allí quedó transformada en un sapito de color anaranjado" .